Mi mente vagaba hacia uno de los sueños de mi hermano. Quería ver mundo y vivir nuevas experiencias. Para rendir homenaje a su vida, agarré un mapa y empecé a planear mi viaje a lo desconocido, seleccionando lugares que sabía que él quería ver.
BUENOS AIRES, Argentina – Durante semanas, después de que mi hermano se suicidara, entré en estado de shock, incapaz de procesar lo sucedido. Se me partía el corazón cuando luchaba por levantarme de la cama por la mañana. La pena pronto se transformó en culpa y un sinfín de preguntas me rondaban por la cabeza, preguntas a las que nunca encontraría respuesta. Cuando llegó el momento de ordenar sus pertenencias, sentí como si borráramos todo rastro de él.
Mi mente vagaba hacia uno de los sueños de mi hermano. Quería ver mundo y vivir nuevas experiencias. Para rendir homenaje a su vida, agarré un mapa y empecé a planear mi viaje a lo desconocido, seleccionando lugares que sabía que él quería ver. Desde que empecé mi aventura, he viajado a 20 países sólo con una mochila. Su presencia perdura allá donde voy y me recuerda que la vida es corta: dejá de lado las expectativas y centrate en el momento que tienes delante.
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En mi primer viaje largo, recorrí Europa durante un mes. Cada día resultaba emocionante e imprevisto. Me enamoré de viajar y pronto elegí mi próximo destino: Australia. El día que me fui de Argentina, mi amigo me envolvió en un cálido abrazo y me estrechó con fuerza. «Espero que encuentres lo que buscas», dijo. Guardé sus palabras cerca de mi corazón, pensando en lo que realmente quería de la vida. Las lágrimas corrieron por mis mejillas al sentir plenamente mis emociones.
Mirando a mi alrededor, me despedí de mi entorno y una motivación surgió en mi interior. Dejé mi antiguo trabajo por otro que me daba la libertad de moverme de un sitio a otro. Nada me detendría. Con el paso del tiempo, esas heridas internas se curaron y empecé a ver la vida a través de una lente más suave.
A medida que visitaba las tiendas y me relacionaba con la gente en lugares como Sydney, Málaga y Puerto Escondido, me invadía una nueva libertad. Los bellos colores y las ricas culturas me dieron momentos para reflexionar y madurar. Algunos días me resultaban más duros y solitarios que otros, pero cada vez que visitaba un lugar nuevo, pensaba en cómo me hacía sentir y en lo que significaba para mí.
En el proceso, aprendí mucho sobre mí misma. Descubrí mis miedos ocultos, ordené mi dolor y mis prejuicios, y descubrí mis fuerzas interiores.
Diez años después de la muerte de mi hermano, una lección sobresale por encima de todas las demás. Debo permitirme tener días malos. No todos los días pueden ser increíbles. Aprender a aceptarlo me ayudó mucho a aliviar la presión que sentía. Como personas, podemos ser muy duros con nosotros mismos. A veces, la solución más sencilla es darse un respiro.
Con el tiempo, escribí un libro sobre mis experiencias titulado A journey from mud to laughter (Un viaje del barro a la risa). Escribir me parecía terapéutico. Me permitió navegar por mi dolor y mi tristeza, y se convirtió en mi compañero de viaje. Regodearme en momentos de dolor me permitió disponer del espacio necesario para meter la pata y sanar.
Viajar sola me dio la oportunidad de encontrar una nueva versión de mí misma que no sabía que existía. Cada día, mientras atravesaba tierras extranjeras, me sentía navegando por una curva de aprendizaje. Pronto comprendí que el objetivo de la vida es el propio viaje. Los retos que nos encontramos por el camino nos forjan y nos dan forma.
Hoy abrazo a mi nuevo yo: alguien deseoso de experimentar el mundo, pero que aún puede tener miedo al cambio y a la incertidumbre. A pesar de estos retos, sigo adelante. Dejo ir lo que está fuera de mi control. Las cosas que vi, la gente que conocí y las experiencias que viví me ayudaron enormemente. Siento la energía de mi hermano en todo lo que hago, y estoy muy agradecida por ello.