La adrenalina corría por mis venas cuando puse el pie en el césped. La multitud empezó a cantar y nos invadió una sensación de empoderamiento. Ciervos Pampas curó tantas heridas que arrastraba desde la infancia, ofreciéndome la oportunidad de empezar de nuevo.
BUENOS AIRES, Argentina – Cuando ingresé en el club de rugby Ciervos Pampas, cada vez que pisaba el campo, mi cuerpo se llenaba de electricidad. Sobre una plataforma antixenófoba, antirracista y antihomófoba, la gente empezó a fijarse en el club. Miraron a los miembros del equipo y cuestionaron nuestra sexualidad. [Ciervos Pampas es el primer club de rugby con diversidad sexual de Latinoamérica, comprometido con los derechos humanos de las personas LGBTQ+].
Pronto nos etiquetaron como «el equipo marica», pero en lugar de ofendernos por ello, los miembros de Ciervos Pampas optamos por permanecer orgullosos, pensando profundamente en el mensaje que queríamos transmitir. Existe mucho debate en el mundo del deporte. Queríamos crear un espacio seguro en el que todos se sintieran incluidos. Los jugadores de rugby no piden permiso para jugar. Ocupamos el campo a pesar de todo. Cada paso que doy hacia la meta significa tomar partido contra quienes se niegan a dejarnos espacio.
De chico crecí con una afición por el deporte que me acompañó hasta la edad adulta. Sin embargo, como gay, me enfrenté a muchos obstáculos al intentar entrar en los equipos. Mucho antes de comprender mi sexualidad, me sentía el raro del colegio. Con frecuencia, los profesores me disuaden de jugar. «En realidad no es para vos», me decían. Su energía me resultaba poco hospitalaria y me costaba encontrar mi lugar en el deporte que amaba.
Ciervos Pampas empezó como un grupo de amigos que se pasaban una pelota de rugby en la playa, pero poco a poco fueron formando un equipo. Algo emocionante ocurrió cuando se trasladaron de la arena a un gran campo de prácticas. Empezaron a aparecer más y más personas.
Cuando por fin abrieron una convocatoria de jugadores, aproveché la oportunidad para unirme. Sentí ganas de conocer a otros atletas apasionados y, rápidamente, supe que estaba en casa. En mi club de rugby nos sentimos como en familia. Nos apoyamos mutuamente. Antes de cada partido, nos reunimos con nuestras medias arco iris y cantamos juntos como un equipo.
En la sala flota un aire de compañerismo e igualdad que nos motiva a dar lo mejor de nosotros mismos cuando salimos al campo. Con el tiempo, Ciervos Pampas llegó a crear programas educativos sobre temas como la identidad de género, la orientación sexual, el racismo y la xenofobia, todo ello en el contexto del deporte del rugby.
Cuando jugamos nuestro primer torneo oficial, me pareció surrealista. Sabíamos que necesitábamos más formación, pero participar nos llenaba de ilusión. Históricamente, la comunidad LGBTQ+ ha permanecido excluida. Por fin competir entre jugadores increíbles fue una sensación de libertad. La adrenalina corría por mis venas cuando puse el pie en el césped. La multitud empezó a cantar y nos invadió una sensación de empoderamiento. Ciervos Pampas curó tantas heridas que arrastraba desde la infancia, ofreciéndome la oportunidad de empezar de nuevo.
Hemos vivido muchos momentos intensos juntos como equipo, incluida la pérdida de un querido compañero. Tras haber luchado contra la depresión durante mucho tiempo, con sólo 22 años, nuestro amigo se quitó la vida. En la carta de despedida que dejó, decía que Ciervos Pampas era una de las mejores cosas que le habían pasado. El dolor de esa pérdida nos afectó muchísimo, y nos comprometimos a honrarle con cada partido que jugásemos a partir de ese día.
En el campo, con nuestras camisetas rosas, nuestros pantalones cortos azules y nuestros calcetines arco iris, nuestra identidad parece una revolución. Históricamente, el rugby gira en torno a ideologías sexistas y machistas. Luchamos contra eso reinventando la tradición. En nuestro equipo, hacemos hincapié en la hermandad y el apoyo. Construimos nuestros pequeños rituales saludables, con la esperanza de inspirar a los que nos rodean. Después de cada entrenamiento, nos reunimos bajo un árbol, encendemos un fuego y cocinamos hamburguesas a la parrilla.
Invitamos al equipo contrario y compartimos una comida y bebidas. Esto nos permite forjar conexiones más allá de los demás y abarcar una diversidad aún mayor. El mundo del deporte se transforma constantemente, y formar parte de ese cambio me hace sentir muy agradecida. Nuestra visión sigue siendo sencilla: construir un lugar donde cualquiera pueda hacer lo que se proponga, en un entorno donde no se tolere el odio.