Durante un estudio nocturno en voz baja, surgió una revelación. En una placa de Petri, los hongos se daban un festín de acetato de celulosa, el tenaz corazón plástico de las colillas, con un hambre casi palpable. La visión me produjo escalofríos, como una danza microscópica de la naturaleza reclamando su espacio.
TUCUMÁN, Argentina – Desde playas arenosas hasta bulliciosos parques y serenos senderos de montaña, escenas inquietantes llamaron mi atención allá donde miré. Las colillas desechadas manchaban todos los paisajes. Estos invasores silenciosos merodeaban con su larga vida y me estremecí al pensar en la cantidad de toxinas que se infiltraban en el suelo.
En medio de la belleza de la naturaleza, la dura luz del sol revelaba una fea verdad. El tiempo y la humedad descompondrían las colillas, pero su descomposición tiene un coste. Las colillas liberarían un popurrí de sustancias químicas nocivas, amenazando así los ecosistemas que amo.
Ante este reto, sentí una oleada de determinación. Como investigadora, sabía que tenía que encontrar una solución natural, así que recurrí al potencial de los hongos, guerreros de la naturaleza, para hacer frente a la omnipresente contaminación de las colillas.
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Durante la celebración del Día del Medio Ambiente en Tucumán, la emoción llenó el aire. Los puestos mostraban innovaciones ecológicas y todo el mundo hablaba de la naturaleza. Caminando con mi hija, una licenciada en química que ganó un premio del CONICET, sentimos un amor compartido por nuestro planeta.
Nos encontramos con un grupo de personas que se quedaron mirando los montones de colillas. «¿Qué se puede hacer al respecto?», preguntaron. Su pregunta dio en el clavo. La diversidad del paisaje argentino -desde densos bosques hasta colinas abiertas- ofrecía pistas para encontrar una solución.
Después de ver lo que pueden hacer los hongos, me quedé asombrada por su poder y se me ocurrió una idea. Esta idea encajaba perfectamente con mi deseo de marcar la diferencia en favor del medio ambiente y, sin duda, conllevaba la apasionante posibilidad de innovar.
Retirándonos a nuestro laboratorio, santuario de la ciencia, mi entregado equipo y yo nos embarcamos en un viaje exploratorio por el intrincado mundo de los hongos.
La región de Yungas, con su exuberante selva subtropical de montaña, prometía ser un reservorio de candidatos a hongos. Mientras aislábamos cada espécimen de hongo, me imaginaba a estos hongos bajo los árboles de los Yungas, neutralizando incansablemente los contaminantes. En este sueño, actuaban como eco-guerreros, reclamando la tierra y tejiendo un futuro mejor. Con cada prueba, aumentaba la esperanza.
En nuestro luminoso laboratorio, nos embarcamos en un proceso de selección en el que colocamos los hongos bajo el microscopio. Conteniendo la respiración, buscamos respuestas. ¿Podría alguno de estos hongos producir la molécula mágica capaz de degradar las colillas? El aire, cargado de expectativas, parecía contener el tiempo.
Nuestros resultados destacaron un grupo selecto de hongos. Demostraron no sólo su habilidad para descomponer complejos compuestos de cigarrillos, sino también una asombrosa resistencia a los metales. Cada descubrimiento parecía un triunfo personal, como si estuviéramos descifrando un lenguaje misterioso escrito por la naturaleza.
Las semanas se convirtieron en un borrón de intensa concentración y dedicación. Entonces, durante un estudio nocturno en voz baja, surgió una revelación. En una placa de Petri, los hongos se dieron un festín de acetato de celulosa, el tenaz corazón plástico de las colillas, con un hambre casi palpable.
Sentí escalofríos al contemplar la microscópica danza de la naturaleza reclamando su espacio. Una ovación colectiva estalló en el laboratorio cuando nuestro equipo olvidó por un momento su agotamiento colectivo. Después de todo, nos enfrentábamos a un avance monumental. Aun así, sabíamos que trasladar este milagro del laboratorio al vasto mundo exterior sería todo un reto.
Abordar el problema de la contaminación por cigarrillos exige una actuación estratégica. Las colillas de cigarrillos deben separarse del medio ambiente en su lugar de origen, no arrancarse una a una de los basureros en expansión. Por ello, se necesitan lugares de eliminación específicos que garanticen el aislamiento de los residuos del medio ambiente. Mientras están almacenados, su potencial para dañar los ecosistemas disminuye, pero también debemos decidir su destino final.
Reflexionando sobre estos retos, mi fuerza motriz sigue estando siempre clara. Me aferro a mi pasión por hacer que nuestro medio ambiente sea más limpio y seguro frente a este tipo de contaminación. Mi amor constante por este proyecto marca el rumbo y, posteriormente, cada obstáculo se convierte en un valioso punto de aprendizaje.
Recuerdo vívidamente a mi yo más joven, con los ojos encendidos de ambición, queriendo hacer contribuciones impactantes al mundo; no enterradas en jerga técnica o confinadas en papeles. Quiero mostrar al mundo que la ciencia puede entrelazarse con nuestra vida cotidiana, dejando una huella indeleble.
En el laboratorio, cada día parece una aventura, que amplía mi perspectiva científica del mundo que me rodea y profundiza mi comprensión de la intrincada naturaleza de la Tierra. Cuando entro en el laboratorio siento la misma emoción que un niño al entrar en un parque de diversiones lleno de posibilidades de descubrimientos interminables. Cada interacción con los compañeros y la naturaleza amplifica mi convicción de que estoy exactamente donde tengo que estar.
Desde el inicio del proyecto en 2019, hemos logrado una biorremediación a escala de laboratorio capaz de tratar hasta seis litros de colillas. Identificamos dos hongos autóctonos prometedores y otros tres que podrían mejorar futuras fases del proyecto.
Actualmente, estamos produciendo inóculos para los hongos seleccionados en biorreactores. Como parte del proceso, estos inóculos se enfrentan a las colillas para su descontaminación. El resultado previsto es la mineralización del carbono orgánico del cigarrillo en dióxido de carbono y la bioacumulación de metales pesados en la biomasa fúngica. Esta estrategia tiene por objeto confinar los contaminantes para reducir la contaminación ulterior.
Todas estas etapas se han llevado a cabo en PROIMI-CONICET en Tucumán, Argentina; y se están realizando esfuerzos de colaboración con el equipo de CINDEFI-CONICET y la UNLP en La Plata para probar y escalar el proceso para mayores volúmenes. Esta ampliación pretende analizar su potencial de aplicación en el mundo real y explorar la viabilidad química, biológica, toxicológica, medioambiental y operativa del proyecto.
La difusión de nuestros resultados en plataformas académicas, sanitarias y medioambientales ha suscitado la atención de diversas partes interesadas, como organizaciones no gubernamentales, universidades y el sector privado. Ante el creciente interés mundial por estrategias de biorremediación ecológicas como la nuestra, hemos recibido numerosas consultas y ofertas de apoyo.
Si se incrementa con financiación gubernamental y del sector privado, creemos que nuestro proyecto podría acercarse a una aplicación exitosa a gran escala. El gran volumen de este contaminante supone un reto. Sin embargo, nuestro planteamiento promete una solución eficaz y respetuosa con el medio ambiente.