La desesperación se siente como una presencia palpable en el aire. Las botellas desaparecen de los supermercados y su ausencia se extiende. Ahora, a dos horas en auto de la ciudad no hay suministro. Nos quedamos con las manos vacías. Se forman largas colas y surge una chispa de esperanza. «Tiene que haber suministro», pensamos. Entonces el sueño se rompe en minutos. El límite de dos botellas gratuitas apenas alcanza para beber y cocinar.
MONTEVIDEO, Uruguay ꟷ Mientras la ciudad y la región circundante se enfrentan a una disminución sin precedentes de las reservas de agua dulce, la evidencia de la crisis del agua en Uruguay se despliega ante mis ojos. Las estanterías están vacías donde antes había bidones de agua. Nuestra principal fuente de agua dulce, la presa Paso Severino, está al borde del agotamiento. En un intento desesperado, las autoridades mezclan agua del río Santa Lucía con agua del río de la Plata para satisfacer las necesidades diarias de la población. Ahora, el agua salada sale de las canillas.
Si la lluvia no llega pronto, o si la ayuda no llega, nos enfrentamos a poco respiro. Cualquier escalada de esta crisis la convertirá en la peor escasez de agua de nuestra historia. La implacable sequía se cobra su precio a medida que aumenta el miedo. «¿Y si se corta el agua de las canillas?», nos preocupamos.
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Ante esta crisis, se cierne la incertidumbre. Siento el efecto de las penurias físicas y emocionales cuando veo a mis vecinos luchar por conseguir agua potable. La solución -utilizar agua salada que contiene niveles alarmantes de cloruro y sodio- ha hecho saltar las alarmas entre los profesionales de la salud.
Para empeorar las cosas, los estudios revelan un aumento del trihalometano, un compuesto que se forma cuando se desinfecta el agua. Algunos estudios afirman que provoca cáncer. Las consecuencias se hacen evidentes. Oigo hablar de problemas de salud cada vez más graves, como hipertensión, problemas renales y otros efectos del consumo de agua de mar. Nos sentimos desesperados.
Mientras camino por las calles del centro de la ciudad, veo a gente cargando bidones. Se convierten en la encarnación de la lucha. La restricción de comprar un máximo de dos botellas de seis litros por persona nos obliga a recurrir a los barriles. Aunque los recortes de impuestos redujeron el precio del agua embotellada, un bidón [typically five gallons] puede costar hasta 89 pesos [just over two dollars] Pagar así el agua para satisfacer todas las necesidades de la familia pone a prueba unos presupuestos ya de por sí ajustados.
La desesperación se siente como una presencia palpable en el aire. Las botellas desaparecen de los supermercados y su ausencia se extiende. Ahora, a dos horas en auto de la ciudad no hay suministro. Nos quedamos con las manos vacías. Se forman largas colas y surge una chispa de esperanza. «Tiene que haber suministro», pensamos. Entonces el sueño se rompe en minutos. El límite de dos botellas gratuitas apenas alcanza para beber y cocinar.
A pesar de que el mes pasado se anunció la creación de un Fondo de Emergencia para el Agua, la ayuda no llega a los más desfavorecidos y la esperanza se desvanece.
Tengo miedo de utilizar agua del grifo y, como muchos a mi alrededor, restrinjo su uso. Con los contaminantes conocidos, no quiero cocinar con ella ni bañarme. Tememos matar nuestras plantas y dañar a nuestras mascotas, así que algunos confiamos en el agua mineral. Todos los días compro cuatro o cinco litros de agua mineral para cubrir mis necesidades.
Mientras pierdo dinero comprando agua, sigo recibiendo facturas de agua periódicas sin reducción de costes. Se siente terrible. Me duele el corazón cuando hago largas colas para llegar al frente y ver que no queda agua en los estantes. ¿Cómo debe ser esto para las mujeres embarazadas, las personas marginadas y las personas sin transporte?
El agua salada que fluye por nuestros grifos lo corroe todo, corroe los aparatos eléctricos. Los calentadores y depósitos de agua caliente fallan a nuestro alrededor. Observo la disminución de la oferta de frutas y verduras y el aumento de los precios, ya que los agricultores luchan contra el mismo problema que tenemos en las ciudades. El mensaje de las autoridades llega a mis oídos: No te duches. Limitar el agua para el baño. Mi mente divaga hacia los niños y los bebés.
Me pregunto cuándo tendré la oportunidad de hablar. Quizá sólo sea con mi voto en las próximas elecciones. Esto va más allá de la falta de lluvia. Refleja una falta de preparación, un modelo de producción deficiente y la consecuencia de la toma de decisiones políticas.