Consumido por el caos, el escenario ante mí estalló en disparos, humo, sangre y sonidos de gritos. La ciudad se sumió en una oscuridad total mientras los ciudadanos intentaban salvar sus propias vidas. Vi cómo la gente entregaba a sus bebés al ejército estadounidense con la esperanza de protegerlos. Vimos a los talibanes disparar a la gente delante de nuestros ojos.
KABUL, Afganistán ꟷ Una noche, al volver a casa de una conferencia a la que había asistido, encontré a mi padre abasteciendo nuestra casa con provisiones para varios meses. Como tantos otros en nuestra sociedad, creía que Kabul sería escenario de un conflicto duradero en los próximos días. Las noticias de esa noche hablaban del despliegue de fuerzas estadounidenses y de la OTAN en el aeropuerto de Kabul, pero el verdadero horror comenzó al día siguiente [el 15 de agosto de 2021, cuando los talibanes tomaron la capital de Afganistán].
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Nos despertamos a la mañana siguiente y desayunamos mientras los talibanes se establecían a las puertas de Kabul. Al terminar de comer, salimos a la calle para ir a trabajar. Mi padre, que trabajaba en el Consejo de Paz, recibió una llamada urgente advirtiéndole de que regresara a casa inmediatamente. Poco después, los anuncios de noticias clamaban una verdad aterradora: el presidente escapó con una gran suma de dinero en un avión.
Las caras de la gente en las calles reflejaban miedo. El terror total se apoderó de Kabul y no teníamos ni idea de adónde huir. De un segundo a otro, las cosas cambiaron rápidamente a medida que los ciudadanos huían a sus casas o a las de amigos y vecinos. Esa tarde vimos cómo nuestros sueños se desvanecían cuando unas fotos revelaron que los talibanes habían tomado el palacio presidencial.
Los anuncios de evacuaciones que tenían lugar en el aeropuerto de Kabul pronto empujaron a toda la población hacia el aeródromo. Presenciamos escenas horribles cuando los soldados talibanes se apostaron a las puertas. Cada persona que intentaba escapar en el aeropuerto se enfrentaba directamente a los terroristas.
Consumido por el caos, el escenario ante mí estalló en disparos, humo, sangre y sonidos de gritos. La ciudad se sumió en una oscuridad total mientras los ciudadanos intentaban salvar sus propias vidas. Vi cómo la gente entregaba a sus bebés al ejército estadounidense con la esperanza de protegerlos. Vimos a los talibanes disparar a la gente delante de nuestros ojos. Volvimos a casa, con la esperanza destruida.
Casi un año después, el 14 de julio de 2022, llegué a Argentina con un visado humanitario expedido por el gobierno argentino. La intervención de la Agencia de la ONU para los Refugiados o ACNUR me aseguró poder ayudar a la próxima generación de mi país estudiando Relaciones Internacionales en la Universidad Austral. Me enfrenté al desarraigo con una actitud positiva.
Mi viaje comenzó en Mashhad (Irán) y continuó con una escala de 12 horas en Dubai. Tras dos horas más de espera en Brasil, por fin embarqué en el último vuelo con destino a Argentina. En total, mi viaje duró 36 horas. El agotamiento me consumía mientras me preocupaba por no tener una tarjeta SIM para mi teléfono. Me atormentaba el temor de no conocer al profesor que me hospedaría en su casa. Sin embargo, el verdadero temor procedía de los talibanes. Estos monstruos permanecían siempre presentes en mi mente.
Cuando hablo de los talibanes, hablo de un grupo de personas que rechazan los derechos humanos y a quienes sólo les importa matar. Para ellos, el asesinato no es diferente de tomar agua. El trabajo de mi padre nos convirtió en un blanco Así que, en 2022, mis padres, ocho hermanos y yo huimos de nuestra patria.
Una de mis hermanas se quedó. Como médica, quería resistir, pero ahora está atrapada en su casa, presa de este nuevo sistema. Pain fills my heart and breaks my soul to think of her in that place, where those in power do not grant freedom.
Mi elección de cursar estudios de Relaciones Internacionales en Argentina no es casual. Mi profundo deseo de luchar por los derechos de los más vulnerables y por alcanzar la paz sigue estando profundamente influido por mi padre. Detrás de mi elección sigue habiendo un sueño: construir una sociedad en la que las personas posean los mismos derechos y puedan trabajar juntas por un futuro mejor para las generaciones venideras.
Pasé los dos últimos años de mi vida estudiando la lengua española y la cultura de América Latina. A medida que iba conociendo la riqueza cultural de Argentina, su gente amable, sus bellos recursos naturales y su amor por el fútbol, mi interés iba en aumento. Pero lo más importante es que llegué a la conclusión de que Argentina es el país que mejor comprende la situación de Afganistán.
Junto con el director del programa de estudios afganos quiero animar a los afganos a emigrar a América Latina; traer a jóvenes y mujeres de Afganistán a estudiar aquí. Al dar este valiente paso de venir a Argentina, me siento animado y tengo esperanza. Aunque las traumáticas experiencias vividas en Kabul siguen tatuadas en mi cuerpo y en mi mente, vuelvo a creer que puedo labrarme un futuro.