Me desperté sobresaltado por una sensación de ardor en mi rostro. Me llevé la mano derecha a la cara para identificar la causa del dolor insoportable y punzante.
KISII, Kenia—No todo es color de rosas.
Tengo momentos en los que el dolor me abruma y me encuentro sollozando incontrolablemente mientras mi mente recuerda cómo era mi vida antes de este incidente.
Es un nuevo camino para mí. Pero es un camino que elijo caminar, no como víctima, sino como un sobreviviente bendecido por estar aquí y poder contar mi historia.
Conocí a mi exesposa en 2009. Ella había entrado en la comisaría de Itabwa, donde yo trabajaba, para grabar una declaración sobre un caso en el que debía dar seguimiento como investigador principal.
Tenía 21 años, era vibrante y amaba mi trabajo como oficial de policía.
Desde la primera vez que la vi, me llamó la atención lo bella que era.
En el camino, construimos una amistad. Llegué a amar sus otras cualidades: la forma en que hablaba tan suavemente y su comportamiento educado. Me atrajo aún más hacia ella.
Finalmente, después de años de salir juntos, decidimos establecernos como marido y mujer.
Durante el tiempo que duró nuestro matrimonio, nunca tuvimos discusiones profundas. Nuestras peleas eran meras disputas cotidianas que resolvíamos rápidamente.
Mi trabajo como oficial requirió mudanzas improvisadas de un lugar a otro en todo el país. Vivíamos separados durante esos períodos y nos visitábamos de vez en cuando. Esta situación duró la mayor parte de nuestro matrimonio.
Fuimos bendecidos con un bebé que, lamentablemente, murió después de una breve enfermedad.
La muerte de nuestro hijo le pasó factura a nuestra relación, pero nos apoyamos mutuamente a través del dolor de la mejor manera que sabíamos.
Durante este período, estuve en la estación de Kisii y viví en el cuartel de la policía. Mi morada era una casa de hojalata cilíndrica. Era pequeña pero lo suficientemente grande para acomodarnos.
Era el 21 de septiembre de 2013. Dos días antes del incidente, mi ex esposa me había visitado. Tuvimos un pequeño desacuerdo sobre cómo deshacernos de la ropa de nuestro difunto hijo.
Rápidamente supere el malentendido.
Era viernes por la noche y me fui al trabajo para fichar mi turno como de costumbre. El sábado a las 5 a.m., regresé a casa y me acosté junto a ella para dormir unos minutos antes de comenzar mi día.
Me desperté sobresaltado por una sensación de ardor en mi rostro. Extendí mi mano derecha para tocar mi cara para identificar la causa del dolor insoportable y abrasador.
Inmediatamente, salí de la cama y fui a buscar un poco de agua para echarme en la cara.
Pero, cuando mis pies tocaron el suelo, un dolor agudo recorrió mis piernas. Dejé escapar un grito que trajo a mis compañeros a mi rescate.
En el Hospital Hema en Kisii, los médicos realizaron primeros auxilios para estabilizarme.
Me pusieron instantáneamente una vía intravenosa, que supongo que contenía analgésicos y sedantes porque inmediatamente me quedé dormido.
Cuando recobré la conciencia, no podía abrir los ojos. Pero, debido a que las vendas cubrían mi cara, no pensé mucho en eso.
Unos días después, pasé a un nivel de atención superior en el Hospital Kakamega. Estaba más cerca de casa para más chequeos. Pero, debido a que los médicos no pudieron hacer mucho por mi condición, fui trasladado nuevamente en avión al Hospital Nacional Kenyatta en Nairobi para recibir tratamiento especializado.
Mi situación era crítica. En la unidad de quemados, el cirujano principal comprobó que yo tenía un 18% de quemaduras de tercer grado.
Nadie había determinado aún la sustancia corrosiva utilizada en el ataque.
Mi cara y el lado derecho de mi pecho se llevaron la peor parte.
En Kenyatta, el equipo médico se embarcó de inmediato en un plan de tratamiento. Desde septiembre de 2013 hasta enero de 2014, me sometí a más de quince cirugías centradas en injertos de piel, reconstrucción y cirugía plástica.
Mentalmente, me acostumbré a la rutina de ser llevado al quirófano.
La unidad de quemados se convirtió en mi hogar.
Aunque todavía tenía vendas que cubrían la mayor parte de mi rostro, interactuaba con pacientes en situaciones similares. Algunas, supe, también fueron víctimas de violencia de género. De una manera u otra, nuestras parejas habían recurrido a estas formas horrorosas para expresar sus emociones.
Mi estadía en el hospital se convirtió en una revelación para mí. Pero nunca me acostumbré a los constantes gemidos y llantos de los hombres que sufren en esa sala. Fue un dolor que algunos no pudieron soportar y optaron por renunciar a la vida negándose a tomar medicamentos o a cualquier forma de tratamiento.
A diario, uno de nosotros salía en la camilla y no volvía a entrar.
Aún así, me aferré a la esperanza.
Después de un tiempo, me mudé al ala privada. Todavía estaba en la oscuridad. Todavía no conocía el destino de mis ojos.
Mi oración diaria a Dios se había convertido en una canción: qué, a pesar de todo, pudiera recuperar la vista. No pasó mucho tiempo antes de que el especialista me informara que mis ojos no se podían salvar.
Al mismo tiempo, me revelaron que la sustancia corrosiva que me vertieron era ácido sulfúrico concentrado.
Frotarme la cara mientras trataba de aliviar el dolor causó más heridas en mi cara y mis ojos.
La noticia fue un duro golpe para mi proceso de recuperación. Perdí mi espíritu de lucha. Perdí las ganas de vivir.
Ser ciego significó perder mi independencia, mi privacidad y me convirtió en una carga para quienes me rodeaban. Me hundí en un lugar oscuro. Contemplar distintas formas de suicidarme se convirtió en mi obsesión.
Mi cama de hospital estaba al lado de la ventana. Sin el beneficio de la vista, entendí que la ventana no tenía rejas protectoras.
Saltar por la ventana hacia mi muerte se convirtió en mi plan.
Entonces empezaron a brotar otros pensamientos. ¿Y si no es una muerte instantánea? ¿Qué pasa si algo frena mi caída y termino con lesiones más graves y un espíritu quebrantado?
Estos pensamientos me disuadieron y dejé el plan en espera.
Hasta ese momento, mi vida era muy activa. Es por ello que el ambiente hospitalario me resultaba deprimente. El insomnio se convirtió en mi amigo y mis noches se hicieron cada vez más largas.
Mi compañero de cuarto y yo adquirimos el hábito de mantener conversaciones sobre la vida hasta bien entrada la noche.
En una de esas charlas, me confesó: “Dan, desearía estar en tu condición. Sí, eres ciego, todavía tienes cicatrices de por vida e incluso te arrepientes, pero estoy seguro de que saldrás vivo de este hospital. Yo no corro la misma suerte».
Esa afirmación, procedente de un extraño, me desconcertó y me hizo replantearme la vida.
Y así fue, días después falleció de leucemia.
Sus palabras me dieron el impulso para luchar.
En la vida, crees que lo tienes difícil hasta que conoces a alguien que está pasando por cosas peores.
De allí en adelante, esperaba con ansias mi fecha de alta.
Me dieron de alta del hospital en febrero de 2013 y me asignaron una enfermera diurna que, durante seis meses, curó mis heridas en casa.
A pesar de haber sanado bien de acuerdo con los chequeos médicos regulares, volví a ingresar en el hospital para una cirugía para «liberarme» de las contracturas que se habían desarrollado debido a mi nuevo estilo de vida sedentario.
La piel de mi cuello, hombros y brazos se había fusionado durante el proceso de curación, lo que me hizo imposible estirar los ligamentos. Una de mis fosas nasales también se había bloqueado, pero dos procedimientos para desbloquearla no habían tenido éxito. Las cirugías futuras buscaron remediar estos problemas.
En general, mi progreso fue alentador.
Reaprender los conceptos básicos de la vida fue mi siguiente paso.
Reaprender los conceptos básicos de la vida fue mi siguiente paso. La lectura en Braille, el lenguaje de señas y las habilidades de la vida diaria me permitieron ser independiente. Fueron grandes lecciones de vida.
Debido a mi ceguera, tenía pánico a caminar sin guía. Pero, como la movilidad era un paso fundamental para recuperar mi independencia, lo di todo.
Poco a poco, aprendí a caminar con un bastón blanco. Ese bastón pronto se convertiría en mi compañero.
Armado con el conocimiento para ayudarme a navegar la vida, regresé al trabajo y abracé lo que se había convertido en mi nueva normalidad.
Estoy programado para varias cirugías en el futuro. En 2019, una organización con sede en California llamada Face Forward International cubrió mis gastos para volar a los Estados Unidos a realizar una serie de cirugías reconstructivas que incluían la de desbloquear mis fosas nasales.
Estaba listo para regresar a los procedimientos pero, en marzo de 2020, debido a las restricciones por de la pandemia, el viaje se pospuso.
Decidi perdonar a mi exesposa.
La llamé por teléfono. Fue entonces cuando le dije que la perdonaba.
Ella no dijo una palabra antes de derrumbarse.
A pesar de no haber logrado un cierre, cuando asistí al caso en la Corte, dejé a un lado la historia personal y dejé que la ley siga su curso.
El perdón me permitió soltar la ira que había estado cargando. No puedo contar la cantidad de veces que me derrumbé y pensé en vengarme para buscar alivio del dolor en el que me estaba ahogando.
Ahora, mi energía se canaliza a reconstruir mi vida, escribir un libro y dirigir mi fundación.
En el transcurso de mi viaje, he perdido amigos y he ganado nuevos.
No puedo mencionar el inmenso sufrimiento por el que ha pasado mi familia mientras me apoyaban en mi viaje hacia el camino de la sanación.
El Servicio de Policía de Kenia me acompañó en todo momento. Me ayudaron con mis cuantiosas facturas del hospital y se aseguraron de que todavía tuviera un trabajo al que regresar después de la recuperación.
Mi experiencia me llevó a iniciar la fundación Dan Shie Shie. Es un equipo que apoya a los hombres que fueron víctimas de violencia de género a través de varios programas.
Era parte de la promesa que le hice a Dios: una vez que me dieran el alta del hospital, se lo retribuiría a la sociedad.
Ahora también soy un psicólogo asesor certificado después de embarcarme en un curso de psicología que me ayudó a adquirir las habilidades para manejar mi situación. Esa formación me ayuda a contener a otros que llegan a la fundación con la misma problemática.
In the process, I demystify therapy when interacting with survivors of gender-based violence. La mayoría de ellos pasan por alto esta herramienta fundamental para ayudar en situaciones traumáticas de autocuración.
Parte de mi trabajo es recordarles que no estaría donde estoy si no fuera por la terapia.
Aún así, creo que los gobiernos deben regular el acceso a ácidos y otros químicos corrosivos que se han vuelto fácilmente disponibles.
Como oficial de policía y sobreviviente, puedo decir que las incidencias relacionadas con los ataques con ácido se han disparado. Y, a menos que se aborden pronto, estos ataques podrían salirse de control.
Han pasado ocho años desde el incidente.
Mi fe fuerte y las sesiones de terapia me han permitido superar una prueba en la vida que, de otro modo, me habría ahogado.
Tengo un nuevo propósito en la vida y han surgido nuevas oportunidades.
Viajar, jugar al fútbol y bailar son mis pasatiempos, pero ahora es diferente. Solo puedo hacer viajes de larga distancia en compañía de un cuidador y escucho fútbol en la radio. A veces, voy a la discoteca. Cada uno de estos pasatiempos hacen que lleve la vida lo más normal posible.
Intento llevar un estilo de vida saludable controlando mi dieta y haciendo ejercicio. Estos han sido los pilares de mi curación.
También, creo que mi formación policial me dotó de habilidades que me ayudaron a soportar esta adversidad. Y por eso, siempre estaré agradecido con el servicio.
Juré que nunca volvería a tener otra relación, pero eso también ha cambiado. Ahora me estoy abriendo lentamente a la idea.
Sería un error generalizar a las mujeres e injusto conmigo mismo bloquear cualquier posibilidad de encontrar el amor de nuevo.