Mi padre trabajaba en grupos que operaban en centros de detención clandestinos. Al repasar todo esto, mis manos empezaron a temblar intensamente. Leí los testimonios: relatos de supervivientes y de personas a las que mi padre torturó.
Hay cosas que no van a poder tener nunca sentido para mí: la condición de torturador de mi papá, cómo puede un ser humano llegar a ese nivel de crueldad. Pero sus silencios son más incomprensibles.
Es algo que vivo y padezco. Que no pueda o que no quiera revisar sus crímenes, arrepentirse, pensar en el daño que les hizo a los otros, no lo puedo concebir.
Al principio creí que mi papá luchó por la patria. Lloraba por lo injusto de la situación. Luego me fui dando cuenta de que no era así, estaba frente a un asesino.
Mi padre, Eduardo Kalinec, era comisario de la Policía Federal, una institución que corría por las venas de la historia familiar. De hecho, mis dos hermanas menores, trabajan en la fuerza.
Mi papá ya estaba detenido desde 2005 y desde entonces, empiezo a desandar el camino desde no poder ver lo que sucedía, rompo con la lógica de los vínculos de mi familia y para mediados de 2008, el diálogo con mi padre se rompe definitivamente.
Es cuando el juez federal Daniel Rafecas eleva la causa en la que estaba acusado a juicio oral. La última vez que lo ví en la cárcel de Devoto, volví peleada con él, con mi mamá y mis hermanas a excepción de una, la mayor, que había cortado vínculo cuando mi papá había sido detenido. Los vínculos jamás se recompusieron.
Recién tuve nuevamente noticias cuando me hizo juicio por indignidad, con el único objetivo de desheredarme, tras la muerte de mi mamá. En la caratula de la demanda que el mismo redactó figuro como: excluida.
En el año 2005 mi padre queda detenido, acusado por crímenes de lesa humanidad y fue ahí por primera vez en que yo vínculo la coexistencia en tiempo y espacio de mi papá en dictadura. Yo hasta ese momento ignoraba la existencia de una dictadura, ignoraba que yo misma había nacido en dictadura, ignoraba el pasado reciente y el contexto en el que yo había nacido.
Yo crecí en años de impunidad, luego la vuelta a la democracia en Argentina, donde en mi círculo social y familiar no era un tema del que se hablaba ni se discutía. Simplemente no existía el tema.
Cuando mi padre apareció en ese contexto fue un golpe muy duro y empiezo a acompañar a mi familia a visitarlo en la cárcel sin entender mucho lo que pasaba, escuchando el discurso familiar: esto es un error, ya se va a aclarar, porque papá es bueno.
Hasta que en el año 2008 que nace mi segundo hijo la causa es elevada a juicio oral y yo accedo al auto de elevación a juicio y leo cómo era el funcionamiento de los centros clandestinos, como opero la dictadura durante todos esos años y hay apartados que van describiendo 1 a 1 a los imputados y uno de esos era mi papá, me temblaban las manos aparecían los testimonios que lo nombraban, personas que habían sido torturadas por mi papá, sobrevivientes y los datos de los desaparecidos, se produce un punto de inflexión para mí porque yo ya tenía la evidencia, ya no podía más permitirme no saber.
Cuando me enteré, me surgieron varias preguntas. Al principio, me sentí muy culpable y avergonzada. Sin embargo, mi familia se reafirmó en su postura, defendiendo a mi padre. Decidieron expulsarme y me alejé. La decisión fue mutua.
A nivel social sentía como una suerte de vergüenza, salieron algunas notas en algunos medios con el nombre de mi papá y me quería morir, sentía que me desarmaba. No quería que pase que alguien pudiera identificarme con él.
Hasta que esto sucede, un día en el jardín de mi hijo, él cuenta que había ido a la cárcel a visitar al abuelito que estaba preso porque había matado muchas personas, esto circula entre los padres del jardín, paralelamente en una escuela donde yo estaba trabajando, una compañera que era secretaria, que tiene a su hermano desaparecido me pregunta si yo tenía algo que ver con Eduardo Kalinec y ahí me sentí interpelada.
Me sentí reafirmada también en mi posicionamiento de distancia con mi padre y su accionar , incomoda, porque siempre tenía que estar dando explicaciones porque a pesar de que yo era su hija yo no compartía lo que él había hecho, estudiaba su accionar para no permitirme ser como él , sino corría la suerte o se asumía que yo pensaba como mi papá, y yo repudiaba su accionar, me perturbaba mucho.
Esa etapa la recuerdo como de crecimiento personal, estaba haciendo terapia, me recibo de psicóloga y en el año 2015 Cuando gana las elecciones Mauricio Macri en Argentina hay un cambio de signo en lo que son las políticas públicas, ya que asume un gobierno de derecha, que hace declaraciones públicas desde sus más altos funcionarios en contra de la lucha de los organismos de derechos humanos, con discursos negacionistas.
Ahí evidentemente todo este recorrido que como sociedad hicimos en materia de derechos humanos fue calando en varias familias de genocidas. En 2017, una controvertida sentencia del Tribunal Supremo respaldó un dispositivo legal denominado Ley del Dos por Uno. Permitía que las personas condenadas por delitos de lesa humanidad salieran antes de la cárcel. La protesta pública se aseguró y el tribunal anuló la decisión.
Muchos familiares de genocidas nos pronunciamos públicamente lo que posibilitó que nos pudiéramos encontrar y se funde el colectivo: “Historias Desobedientes”, éramos hijas e hijos de genocidas y luego se sumaron nietos, hermanos, sobrinos, ahijados de genocidas, que constituimos este colectivo que ha trascendido las fronteras, ya que se han formado grupos en Chile, Brasil, Uruguay, Paraguay, El Salvador, Alemania y en España también vinculándolos con descendientes de nazis y genocidas del franquismo.
El libro que publiqué: “Llevare su nombre” recompone 20 años de historia, pero lineal, son 20 años de escritura literal, el libro da cuenta de todo ese recorrido que yo voy haciendo y mis cambios sobre mi forma de pensar a mi papá, desde verlo como una víctima hasta decirle que por favor se arrepienta de lo que hizo. Después de todo esto, inició una demanda contra mí para bloquear mi herencia tras la muerte de mi madre.
La demanda en el juzgado civil es por indigna, la redactada mi papá; lo viví con mucha angustia y asumo esta actitud en la que ellos quieren lastimarme, eliminarme. La caratula dice: elución, ósea estoy fuera de todo.
Esto demuestra la intolerancia hacia un otro diferente y ahí se reconfigura mi vínculo con él, ya no me encuentro con mi padre, el ya no está más, ya que es un hombre que se reafirma en el odio y la crueldad, aparece lo siniestro y uno está frente a ese ser querido que fue capaz de cometer los crímenes más atroces.
El costo emocional que tuvo todo este proceso es altísimo. La ruptura de la relación con mi padre no significó un borrón y cuenta nueva, desde entonces, mi papá se convirtió en objeto de estudio para mí, me informé sobre la temática de familiares de represores, secuestradores, torturadores y verdugos. Revisé la causa que lo investigó, acusó y por la que lo juzgaron.
Fui al juicio en su contra. Indagué sobre posibles nietos apropiados dentro de mi familia y tras la sentencia que lo condenó a prisión perpetua, fundé el colectivo “Historias desobedientes”, que se sumó a la lucha, el reclamo y el trabajo de organismos de derechos humanos. En “Historias desobedientes” conversamos mucho que no es nuestra culpa lo que hicieron nuestros padres y familiares genocidas, sino responsabilidad de ellos.
Pero hay algo que opera a nivel inconsciente y que tiene que ver también con desarrollos sociales, históricos, culturales, de esta cuestión generacional de traumas heredados o cuestiones que se transmiten, donde uno recibe la carga de una historia y cada quien hace lo que puede con eso.
Es mi aporte para tratar de recomponer algo, así como la decisión de llevar mi apellido y de seguir llamándolo papá, incluso en contra de lo que él mismo quiere. No puedo permitir que no sea más mi padre, lo nombro todo el tiempo como papá porque él es eso, y yo soy su hija y repudio sus crímenes, le reclamo que diga lo que sabe desde ese lugar. Porque, aunque me quiera excluir y desheredar, yo soy su hija pase lo que pase.