Mi experiencia sigue siendo la norma para chicas como yo, no la excepción. Desde los años 40, las mujeres se han enfrentado a estos problemas. Con o sin el acompañamiento de nutricionistas, toda la vida estuve midiéndome y restringiéndome con la comida. Antes de cualquier tipo de revisión me recomendaban bajar de peso. antes de cualquier tipo de revisión me recomendaban bajar de peso. No se dan cuenta de lo violento que es hablarle así de su cuerpo a una persona.
BUENOS AIRES, Argentina – Cuando una tiene un cuerpo gordo, se convierte en activista simplemente existiendo. Sólo por salir y hacer cosas, cuando el mundo te dice que deberías esconderte, ya estás militando tu causa. Y es contradictorio: nuestros cuerpos son grandes, muy visibles, en cada lugar que estemos somos las más grandotas, pero nuestros problemas y necesidades se invisibilizan. A veces es como si no existiéramos.
En mi primer día en el jardín de infantes, apenas llegué, otra nena corrió hacia mí diciéndome gorda y riéndose. Parecía que mi cuerpo, mi existencia, era un problema para los demás. Me molestaban tanto que una maestra llamó a mi mamá para decirle que, como no podía controlar a mis compañeros, lo mejor era que yo hiciera dieta para bajar de peso. Mi cuerpo, entonces, también perjudicaba, aparentemente, el trabajo de las personas.
Ser gorda no es algo que una tenga que confesar, no se sale del clóset. Ser gorda no es algo que una tenga que confesar, no se sale del clóset. Todos estaban de acuerdo, y consiguieron que yo también lo estuviera, de que ser así era un problema. Era un defecto, uno muy visible, que tenían que recordarme a cada rato. Molestarme se convirtió en una forma de entretenimiento para los demás. La única vez que me dejaron en paz fue cuando se olvidaron de que existía. Comencé a intentar ser lo más invisible posible, llamar menos la atención, que nadie supiera que estaba ahí.
Con el tiempo, se convirtió en un desafío comprender plenamente la distinción entre lo que me gustaba y lo que creía que seguía estando a mi alcance. Empecé a aceptar lo que parecía estar disponible. No podía desear las mismas cosas que mis amigos. Más bien tenía que conformarme con aquello a lo que podía acceder, ya fuera ropa o contactos sociales. Se habla muy poco de lo que nos pasa a los gordos. No se nos ve en revistas, series ni películas. De chica, cuando veía lo mismo que todas mis amigas, notaba que todas las actrices se parecían entre ellas. Pero ninguna a mí.
O casi: cuando hay un personaje de una gorda, suele ser la amiga medio tonta, a la que le va mal, quien no les gusta los chicos. Eso te limita a lo que podés aspirar, porque pensás que sólo podés ser lo que estás viendo. Me sentía destinado a ser el blanco de las burlas. Yo miraba mucho la serie Rebelde Way. Había un personaje que se llamaba Felicitas, que era la amiga gorda de Mia Colucci, interpretada por Luisana Lopilato. Nadie quería ser Felicitas, ni siquiera yo. Yo quería ser como Luisana y me frustraba saber que nunca podría. Toda mi vida estuve a dieta.
Mi experiencia sigue siendo la norma para chicas como yo, no la excepción. Desde los años 40, las mujeres se han enfrentado a estos problemas. Con o sin el acompañamiento de nutricionistas, toda la vida estuve midiéndome y restringiéndome con la comida. Antes de cualquier tipo de revisión me recomendaban bajar de peso. antes de cualquier tipo de revisión me recomendaban bajar de peso. No se dan cuenta de lo violento que es hablarle así de su cuerpo a una persona.
Durante mi adolescencia, el acoso escolar disminuyó un poco, pero surgieron nuevos retos. La ropa y los chicos fueron siempre algunos de los temas favoritos entre mis amigas. Pero los chicos no se me acercaban y la ropa no me entraba. Íbamos de paseo a un shopping, todas se compraban las mismas cosas, y yo no conseguía en mi talle. A veces conseguía shorts o prendas similares a las de las demás, pero no me animaba a usarlas. Pasé muchos veranos usando pantalones largos, padeciendo el calor. La pasaba horrible.
Cuando comenzó la época de ir a las fiestas de cumpleaños de 15, también quedaba afuera de la parte social de la moda. Nadie podía comprarse ropa para cada fiesta, y nadie quería usar muchas veces lo mismo. Entonces, había reuniones en las que las chicas intercambiaban ropa, se prestaban cosas. It looked fun to be able to play dress up with friends while you talk excitedly about the party ahead. Yo nunca participaba. Mis amigas no me iban a decir nada, pero yo sabía que no me podía poner la ropa de nadie más.
La ropa es más que pedazos de tela cosidos. Era un momento para disfrutar con amigas, es una herramienta para expresar tu identidad. Y nada de eso estaba habilitado para mí. Nunca podía encontrarme realmente a mí misma en nada porque me centraba mucho en ocultar mi cuerpo debajo de la ropa. Mi abuela siempre fue muy buena cosiendo. Hizo los vestidos de casamiento de sus hermanas y sobrinas. Durante un tiempo, hizo ropa especialmente para mí. Eran cosas muy lindas, pero llegó un momento en el que no me alcanzaban. Yo quería poder vivir la misma experiencia que mis amigas: salir a pasear, entrar a un local y comprarme algo de moda. Me indignaba no poder, me parecía muy injusto.
A los dieciséis años, fui con mis papás de vacaciones a Cuba. Los chicos me miraban. Demasiado. En un momento, pensé que se iban a reír de mí, que pasaba algo con mi ropa o lo que fuera y estaban por burlarse. Hasta que uno se acercó y me preguntó el nombre, me pidió mi número de teléfono. Me costaba creer que fuera porque le parecí linda. Para mí fue un antes y un después en mi vida.
En Argentina, para los demás, yo era horrible y nadie quería estar conmigo. Pero ahí era una diosa y todos me miraban. Me pregunté entonces qué es la belleza, qué es ser linda. Me di cuenta de que no es como la frase que afirma que la belleza está en los ojos de quien mira. Lo que se considera políticamente correcto para mí no es más que no ser una mala persona con los demás. Es una cuestión sociocultural, es algo aprendido por repetición.
Me di cuenta de que podía ser algo más que la perdedora que la tele me mostraba que toda chica gorda debía ser. En aquel momento estaba en pareja en Argentina, y fue como ponerme al día con mis amigas. Todo me llegó más tarde que al resto. Al estar en pareja, pude entender algunas charlas y participar en ellas. Cuando comencé la facultad, se me abrió un mundo de posibilidades. Donde vivía con mis padres me cruzaba siempre a la misma gente, en los mismos lugares, era todo muy endogámico. Ahí todo el mundo me conocía y esperaba que fuera siempre la misma chica tímida y retraída. Ahí todo el mundo me conocía y esperaba que fuera siempre la misma chica tímida y retraída. Pude empezar a explorar estilos, a liberarme.
En ese momento, a través de internet, también conocí al feminismo. El feminismo comenzó a cobrar un impulso significativo en Argentina. Muchas mujeres comenzamos a identificarnos como feministas, a compartir experiencias, problemáticas y luchas. Supe que podía estar segura de mí misma, crecer de una forma diferente. El 3 de junio de 2015 tuvo lugar en Buenos Aires la primera marcha feminista Ni Una Menos. El movimiento se originó en las redes sociales y ganó mucha fuerza.
Asistir a esa marcha se convirtió en un momento crucial de mi vida. Vi que muchas experiencias me agrupaban con muchas mujeres, pero también que experimenté muchas cosas de forma diferente, o directamente no las experimenté, por ser gorda. Adoptar la positividad corporal me permitió ver mi cuerpo desde una perspectiva positiva. Aprendí que el término «gordo» no es un insulto. Conocí chicas de otros países que mostraban sus looks sin importar el cuerpo que tenían.
Tengo Instagram desde 2013, pero abrí la cuenta sin pensar en que se convirtiera en una fuente de trabajo. A partir de la llegada del body positive a mi vida, y de un trabajo en el que tuve contacto con influencers, decidí que sería la vidriera donde levantaría esta bandera. Uso mi cuenta para enviar un mensaje, pero a veces simplemente muestro cosas de mi vida y no estoy dando una lucha por eso. Es curioso, porque sólo existiendo, cuando sos gorda, ya estás siendo activista. Si subo una foto en bikini en una playa, recibo comentarios que me felicitan por mi valentía. Sé que es con buenas intenciones, pero habría que revisar ese modo de hablarle al otro. ¿Por qué ven una foto en la playa como un profundo acto de valentía? Debería ser normal. ¿Por qué alguien gordo tiene que ser valiente para salir a la calle? Debería poder hacerlo y listo, sin que eso le llame la atención a nadie.
Siguen pasando cosas injustas con las personas gordas. Aunque hay una mayor conciencia y apertura, todavía está lejos de ser aceptado a un nivel masivo ser así. Durante un tiempo, hubo avances notorios, aunque ahora creo que se están viviendo retrocesos en muchas libertades. Lo que se considera políticamente correcto para mí no es más que no ser una mala persona con los demás. Ahora está resurgiendo lo que llaman incorrección, que en realidad es intolerancia. Muchas personas que pregonan la libertad, sólo lo hacen en un sentido económico, porque quieren quitar derechos a las disidencias. Es muy extraño. Lo noto en comentarios cada vez más agresivos que recibo. Por eso, a esta lucha todavía le falta mucho. Lo noto en comentarios cada vez más agresivos que recibo. Por eso, a esta lucha todavía le falta mucho.
De todos modos, yo ahora me siento bien conmigo misma. Ser activista no te resuelve la vida. Y muchas veces me afectan los comentarios. No me siento increíble todo el tiempo. Pero tengo más herramientas a disposición. Muchas veces, los mensajes que envío a través de mis redes no son sólo para los demás, sino que son cosas que me repito a mí misma para no decaer. A veces puedo absorber ese mensaje, y otros días simplemente me digo “Mañana lo miro y me lo creo, hoy no puedo”. También espero que mis palabras lleguen a las chicas de todo el mundo que luchan con problemas de imagen corporal. Quiero que sientan que también merecen brillar y encontrarse a sí mismas.