Cuando me di cuenta de los comportamientos inusuales de mi hija, consulté a un terapeuta. Durante su tratamiento, el terapeuta presentó serios indicadores de abuso sexual. El momento me destrozó el corazón.
BUENOS AIRES, Argentina- Mi nombre es Yama Corin, soy arte terapeuta, militante feminista y soy la mamá de Luna quien fue abusada por su progenitor. Llevo adelante una causa de casi 10 años, yo detecté que mi hija fue víctima de abuso sexual cuando tenía 9 años hoy tiene 20.
En todo este tiempo estuvo el proceso judicial en puja ya que en general las causas en Argentina caen y al decir caen me refiero a la impunidad para los abusadores de todas las denuncias que existen, solo el 1% llega a condena y sabemos que hay muchos más abusos de los que se denuncian, lamentablemente este es el contexto.
Ella me lo conto como pudo y en este caso como en tantos otros casos aparecen situaciones en donde los niños pueden contar a lo mejor lo que tienen naturalizado como juegos y que son situaciones de juegos eróticos con el adulto, sin embargo no por eso no lo sufren también, aparece en los dibujos, en el comportamiento, no pueden dormir tranquilos, relacionarse bien con otros niños, tienen un posicionamiento de mucho erotismo que justamente es lo que un adulto perverso preparo y ejercitó en ellos.
En mi hija había estos indicios por eso consulté con una terapeuta y en ese tratamiento es donde definen que había serios indicadores de abuso sexual por parte de su progenitor, ella describía, con cada vez mayor claridad y totalmente naturalizados, juegos eróticos que tenía con el padre; en ese tiempo encima encontré un montón de dibujos que Luna guardaba: Eran dibujos de penes en la boca, de cuerpos desmembrados, y la recurrente figura de un hombre con pelo largo y rulos desnudo, al igual que su progenitor.
Con el corazón estrujado, como solo pude estrujar la sola idea de que una hija (o un hijo) pueda ser lastimada por quien debería cuidarla, criarla y defenderla del mundo, las consultas psicológicas dejaron asentados “indicadores de que Luna se encontraba en una situación de abuso sexual”, “la menor se encuentra en una situación de riesgo”, “sin indicadores de fabulación”.
Y a partir de ahí empezamos con el proceso de denuncia y lo primero que hice fue cortar el vínculo. Fue una pesadilla, apareció el desequilibrio absoluto, el dolor más profundo, una sensación de mucha impotencia, de mucha inquietud, de no saber qué hacer, de no saber cómo resolver nada, desesperación, reproche y de decirme: “como no me di cuenta antes” y siempre la culpa dando vueltas.
Fue un golpe inexplicable, pero lo peor de esto es que al haber un estado tan ausente con ese estado de dolor en el cual yo también tenía que haber sido acompañada para poder contener a mi hija tengo que de alguna manera sobreponerme a ese dolor desgarrador estando casi insana para poder protegerla y enfrentar una cantidad de otras violencias que son contra mí, pero en realidad la ponen en riesgo a ella y para nosotras las mamas que queremos proteger nos genera alivio enterarnos porque por fin se terminó el abuso.
Luna y yo vivíamos con su padre en Mar del Plata. Mi relación con él terminó cuando Luna tenía apenas un año y medio. Si bien sufrí violencia de género por parte de él, nunca se me ocurrió que esa violencia pudiera trasladarse algún día a Luna. Compartieron un vínculo afectivo. Yo me encargaba de las responsabilidades de criarla, pero ella la sacaba a pasear y la veía todos los fines de semana. Parecía quererla. A menudo me decía: «Bueno, al menos es un buen padre».
Cuando me entero del abuso estaba separada del progenitor de mi hija y me encontraba en pareja y a punto de dar a luz a mi segunda hija. Operativamente el día que me enteré a él le tocaba llevarse a Luna, pero eso no podía pasar, entonces la lleve a casa de mi hermana y le mande un mensaje y le dije no la vas a ver más.
Inmediatamente presenté los informes en la justicia y se estableció el fin del régimen de visitas para que Luna pudiera hacer un tratamiento a largo plazo en un lugar preservada. La experiencia me dejó muerta por dentro, consumida por la desesperación. Me llenó de horror y oscuridad. Sólo quería que mi hija estuviera a salvo.
Al ser la investigación tan compleja en donde no conseguimos que finalmente se condene a los abusadores, la justicia civil avanza sobre la re vinculación y ahí surge la batalla por defender a Luna del contacto con su progenitor y queda esta pelea que es evitar el contacto, además ella tenía absoluta claridad de que no quería volver a ver a su padre, ella expresaba su dolor, temor y asco, pero no había forma que la escucharan.
Finalmente declaró como adulta, a los 18 años, tuvo que pasar todo ese tiempo y por voluntad propia lo hizo ya que siendo mayor de edad ella insta la acción. Y después de declarar de forma tan contundente conseguimos la elevación a juicio para el cual aún estamos esperando fecha.
Los crímenes como el que sufrió Luna suelen carecer de testigos. Los abusos se producen en privado y perpetúan terribles daños psicológicos. Cuando alguien es lo suficientemente valiente como para hablar y pedir ayuda, el proceso se vuelve complejo. La posibilidad de que se haga justicia parece imposible para las víctimas. Las investigaciones se paralizan y los abusadores suelen quedar impunes.
Hemos librado esta batalla durante 10 largos años. Cuando pedimos una investigación de acuerdo al artículo 67 inc. B del Código Penal en octubre de 2020, la Fiscalía Nacional en lo Criminal y Correccional Nº 3, ordenó que Luna fuera examinada nuevamente, esta vez en la Ciudad de Buenos Aires. Nosotros nos opusimos. Luna no quiso pasar por el proceso de revictimización ni por la larga preparación.
La Fiscalía concedió la no realización de la pericia, pero luego solicitó al Ministerio Público Tutelar un análisis exhaustivo del expediente para analizar si existían indicios de estrés postraumático, personalidad narrativa, verosimilitud o credibilidad en el relato, desarrollo psicosexual normal y cualquier otro dato o prueba psicológica/psiquiátrica que pudiera ser de interés para la investigación.
El día que por fin se celebre el juicio, contaré el número exacto de años, meses y días que pasaron. Expresaré lo desconcertante que me resulta el retraso de la justicia. Mientras esperábamos durante años, seguimos escribiendo, luchando y dando pasos adelante. Teníamos que defendernos. El peaje en términos de tiempo, esfuerzo, dinero y dolor emocional es grande. Sin embargo, hemos llegado hasta aquí, rodeados de quienes nos quieren. Nunca habríamos podido hacerlo solos.
Esta es nuestra historia. Como madre, agradezco haber escuchado a mi hija. Ella denunció los abusos de su padre y eso sirvió de comienzo. El proceso judicial resultó obstinado y perjudicial. Sin embargo, ella siguió luchando por el derecho a ser feliz y el derecho al placer. Ninguna mujer está exenta de estos derechos.
Encontramos una gran fuerza en el crecimiento del feminismo en Argentina en los últimos 10 años. Las mujeres y sus aliados marchan en las calles. Actúan y crean el cambio. Este movimiento se siente como un cálido abrazo, siempre rodeándonos.